domingo, 17 de enero de 2010

"Le samourai" (El silencio de un hombre) de Jean Pierre Melville (1967)

El film empieza con una puesta en escena muy significativa de lo que va a ser la dinámica durante toda la trama. La cámara nos muestra con un plano fijo, una insignificante habitación dormitorio sin apenas detalles durante largo tiempo hasta que sale impreso en pantalla una cita inventada del libro bushido de los samurais referida a la soledad de estos cazadores a sueldo legendarios. Seguidamente la cámara hace un pequeño movimiento balanceándose manteniendo el mismo encuadre hasta que enfoca a un hombre sentado en una cama fumando. Acto después se pone su gabardina y sombrero y sale al exterior robando un vehículo que lleva a un garaje donde un individuo le cambia la matrícula y le da documentación y una pistola. Ahora vemos como el hombre visita a una mujer y luego acude a un club nocturno y asesina al propietario, pero al irse una pianista le observa detenidamente.
Con estas secuencias de apenas diez minutos de duración prácticamente sin diálogo, Melville otorga a la película de manera magistral su peculiar estilo minimalista en el que muestra en imágenes los tiempos muertos de los actos del personaje, a diferencia del cine de gangsters del Hollywood clásico en el que la narración era un continuo de situaciones en apariencia más importantes y se mostraban en elipsis las escenas más cotidianas que no aportaban trascendencia al film. No hay apenas diálogos en este film, pero si innumerables sonidos que son exagerados a conciencia para que tengan una finalidad narrativa, como en las brillantes secuencias que interviene el extraño pájaro del protagonista, que según su estado de ánimo difieren los acontecimientos de las acciones. El cineasta coloca costantemente la cámara al lado del protagonista mostrándonos todas las acciones que el gangster hace aunque no sean relevantes en la trama. Así refuerza varios de los principales temas del film, la soledad y el individualismo, ya que en realidad el personaje interpretado por Alain Delon actúa como un samurai. Estos guerreros japoneses eran seres solitarios que vagaban por senderos y pueblos matando por dinero y tenían un fuerte código de honorabilidad en el que ellos eran sus propios jefes. Al verse a sí mismo como un ser de otro tiempo y lugar, Jeff Costello actúa por su propia cuenta sin la ayuda de nadie excepto de su amante que le hace las coartadas. Tiene sus convicciones muy claras y su profesionalidad está por encima de todo, y si el proceso de su trabajo se ve dañado y no tiene alternativa en su programada y estricta vida criminal, pensará en la muerte como única salida. Por eso cuando Jeff va a cobrar su recompensa y le traicionan los mismos que le contrataron, la estructura de su código se ve corrompida, y para herirle aún más en su interior le encargarán otro asesinato. No es de extrañar que decida morir, antes de formar parte de un sistema inaceptable para él. Además la policía no le deja ni respirar por eso no tiene otra opción, pero antes tiene que vengarse. Melville continua contando hasta el más mínimo detalle con su maravillosa y minuciosa puesta en escena, y vuelve a repetir las escenas del principio del film, pero cambiando pequeños detalles. Esta vez su colaborador del garaje le dice que no vuelva más, y él le dice de acuerdo y a su amante no le dice ninguna coartada al visitarla. Nos queda claro cual será su trágico destino, y comprendemos que la muerte es parte de su profesión y está preparado interiormente para enfrentarse a ella. Pero necesita quitarse la vida en combate, es cuestión de su honor, por eso prepara un plan en el club nocturno ya que está plagado de agentes de la ley. Si hace un movimiento en falso lo matarán, es ahí cuando él aprovecha para sacar su arma y buscar a una víctima, momentos después es abatido mortalmente a tiros. El cineasta nos muestra un plano de su pistola sin balas, su plan ha funcionado, ha muerto dignamente.

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