miércoles, 23 de diciembre de 2009

"The fugitive" (El fugitivo) de John Ford (1947)

Bella y emotiva película del maestro de origen irlandés donde sus fuertes convicciones católicas se dejan notar más que nunca y le otorgan una religiosidad esplendorosa, llegando a ser en algunos momentos exasperante, sobre todo para los que no somos creyentes. Pero su maravillosa calidad artística supera cualquier ideología aunque no sea la propia de uno y deja claro que el arte en numerosas ocasiones va mucho más allá de cualquier creencia religiosa o política. Es una de las películas más personales del cineasta, ya que la dirigió con su nueva productora Argosy Pictures, comandada junto a su amigo Merian C. Cooper. La rodó en México con actores habituales del país como Dolores Del Río, y pasó la acción a un país centroamericano cualquiera en el que una fuerte dictadura ha arrasado con las iglesias matando a sus curas y ha prohibido entre otras cosas el alcohol. Con esta premisa Ford y el director de fotografía Gabriel Figueroa,(colaborador habitual de Emilio Fernandez “el indio”), consiguieron una fantástica profundidad de campo con un gran angular en las secuencias sobre todo de exteriores, haciendo de los escenarios lugares muy amplios donde los personajes fluyen como seres pequeños ante la inmensidad del terreno. Hay que recordar que Orson Welles se dejó influir claramente por Ford en la técnica cinematográfica, ya que llegó a ver más de treinta veces “La diligencia, película donde la profundidad de campo y la utilización de planos contrapicados para enseñar los techos fueron revolucionarios, y lo obsesionaron de tal manera que en su “Ciudadano Kane”, hecha dos años después, estas innovadoras técnicas en el lenguaje cinematográfico las perfeccionó e hizo de ellas uno de sus más característicos estilemas. Por eso habría que darle más notoriedad a Ford en estos aspectos técnicos, ya que solo hay que ver este film en cuestión para darse cuenta de su manejo de la cámara en espacios abiertos. El film no tiene apenas diálogos, pareciendo de la época silente en varias escenas donde vemos como los personajes hablan sin que les oigamos, porque las imágenes lo dicen todo. Ford siempre manejó a la perfección estas situaciones sin diálogos ya que fue un notable narrador de la época del cine mudo, y siempre que pudo dejó que las imágenes contaran sus historias sin darle demasiada importancia a los diálogos, y ahí es cuando se nota el talento de un cineasta, ya que mientras los más mediocres necesitan constantemente diálogos para contar sus relatos, los maestros sin necesidad de apenas palabras pueden contar una secuencia perfectamente.
El film tiene en todo momento un tono mártir religioso que conducirá de manera inevitable hacia la gran escena final, y queda encajado brillantemente en el rostro del gran Henry Fonda, que con su habitual parsimonia y su elegancia personifican muy bien el aire milagroso requerido en esta bellísima película,a la que habría que reivindicar más en la maravillosa obra de John Ford.

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