viernes, 18 de diciembre de 2009

"The trial" (El proceso) de Orson Welles (1962)

Que es una pesadilla? Es acaso una abstracción ilógica de nuestro subconsciente al dormir, o es el miedo al que nos enfrentamos en esta vida solos ante el mundo sin la ayuda de nadie. Yo creo que son ambas cosas lo que sentimos en estos sueños aterradores en los que nos vemos inmersos tan a menudo, y es lo que Orson Welles intentó hacer adaptando la novela de Franz Kafka “El proceso”, y a mi juicio lo consiguió de forma brillante al mantener al espectador enganchado en un universo con situaciones sin sentido, porque cuando soñamos todo lo que sucede no lo podemos controlar.
La película empieza con un fantástico prólogo en forma de cuento en el que se explica con que nos encontraremos cuando se cierre la puerta de la justicia en este viaje paralelo de la mente humana. Así no es por casualidad que el primer plano que veamos sea el de un hombre dormido, porque en realidad no va a despertarse en ningún momento aunque él piense lógicamente lo contrario. De esta manera Welles puede otorgar al film una narración no lineal, donde todo lo que suceda argumentalmente no tenga porque tener coherencia ni sentido, y en donde cada secuencia funciona de forma independiente sin tener necesariamente apenas conexión con el futuro más inmediato en el desarrollo de la acción. Así pues todas las inmensas salas en las que se adentra Josef K tienen prácticamente vida propia con una fuerza desproporcionada de individuos en cada una de ellas, que actúan como de guardianes poderosos ante la mirada incrédula y nerviosa de un personaje que se ve inmerso en un proceso de culpabilidad sin haber hecho ningún acto delictivo, y no encuentra respuestas a esta absurda situación.
Welles utiliza un gran angular para dar mucha profundidad de campo a todos los espacios escénicos, para dar la sensación de que Josef K está ante un mundo de enormes proporciones en el que él se ve muy reducido, y así mostrar que hay fuerzas mucho mayores que su pequeña silueta y que no puede controlar, porque los sueños dominan a la psique humana, dejándola sola ante un universo de infinitos tamaños irreales. La cámara se mueve muchísimo para ver los grandiosos espacios en que se mueven los seres de este universo onírico, de ahí que haya tantos travellings y panorámicas larguísimas en forma de plano secuencia, como cuando el señor K ayuda a una muchacha con una maleta y los vemos moverse por un camino que parece no acabarse nunca al lado de un alargadísimo edificio, o cuando le vemos por primera vez en su trabajo con cientos de personas y mesas. La fotografía también tiene un papel muy importante en este sentido, ya que es puesta en escena con muchas sombras proyectadas por los personajes, con una iluminación muy expresionista llena de planos oscuros para enfatizar más la sensación pesadillesca en la que estamos absorbidos en esta gran odisea donde innumerables personajes van apareciendo reproduciendo muchísimos y absurdos diálogos. Las mujeres parecen acercar a Josef K a una realidad más tangible al introducirse de una forma muy pasional a él, pero al mismo tiempo parece rechazarlas para desvincularse de esa onírica ambigüedad a la que es sometido. Su percepción de la coherencia hace que se deje arrastrar por todas las ilógicas situaciones del inexistente proceso en el que va ha ser juzgado durante toda la trama, pero que al mismo tiempo no hace nada por evitar las inverosímiles adversidades que le van sucediendo. Esto crea en el espectador una locura desorbitada por la impotencia que nos hace sentir este pequeño hombre al dejarse torturar por un entorno hostil sin poner apenas remedio, pero al mismo tiempo nos hace comprender que en el mundo de los sueños todo se nos escapa al no poder participar en ellos de una forma activa. Es un viaje alucinante y fantástico por la psique humana donde la verdadera justicia no tiene lugar, porque el miedo que sentimos al misterio más abstracto y a la soledad, se impone a cualquier coherencia de la verdad.

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